4. El gabinete de curiosidades

4.2. Museo de Tecnología Jurásica

El Museo de Tecnología Jurásica, conocido como MJT, se define como un pequeño museo de ciencias naturales con énfasis en las curiosidades e innovaciones tecnológicas; pero para muchos, el MJT es una gran obra de arte. Por un lado, hay personas que entienden el MJT como una reflexión irónica sobre los mecanismos institucionales que caracterizan la muestra museográfica. Estas personas perciben el museo como una crítica a los museos y, al mismo tiempo, una celebración de los mismos. Para el otro grupo, esta postura entra en conflicto con el principal dogma de fe del MJT, que tiene que ver precisamente con ese salto al vacío (salto de fe) que el MJT nos exige y que, como resalta su propio creador, es de alguna manera análogo al que nos exige cualquier museo.

En su libro El gabinete de las maravillas del Sr. Wilson: hormigas con púas, humanos con cuernos, ratones en tostadas y otras maravillas de la tecnología jurásica, Lawrence Weschler se adentra en la historia de este museo creado por David Wilson. En este relato, el propio Weschler vuelve repetidamente sobre el hecho de que el creador del museo, el Sr. Wilson, parece creer «en todo esto». Weschler comienza cuestionando todo lo que le cuenta Wilson para luego demostrar la veracidad de muchas anécdotas que inicialmente le parecían absurdas. Como buen periodista y buen occidental, Weschler trata de someter las alocadas historias del Sr. Wilson a un criterio de evaluación que pretende separar lo real de lo ilusorio. Pero los relatos de Wilson son tan inverosímiles que probarlos se convertirá en una empresa casi «borgiana». Finalmente, Weschler no puede sino convivir con la duda hasta asumirla como parte indispensable de la experiencia estética del MJT.

Como ya he comentado, muchos aficionados a los museos piensan que MJT es una reflexión irónica sobre los museos, lo que sería normal, ya que, como señala During, en la magia secular las antiguas maravillas suelen sobrevivir teñidas de ironía.

«En la magia secular, pues, las viejas maravillas o prodigios normalmente sobreviven como tales sólo con un tinte de ironía.»

S. During, op. cit. (pág. 29).

Pero, tal y como insiste Wechsler, el Sr. Wilson no posee ni un ápice de ironía en todo su ser. El hecho de que la veracidad científica no sea relevante para el proyecto del MJT no implica que este museo cuestione irónicamente la verdad que nos presentan los museos. Por el contrario, el MJT se construye en torno a una experiencia de lo maravilloso que, como en el gabinete de curiosidades, no se define como lo opuesto de la verdad o de la ciencia, sino como su aliada.

Figura 4. Vitrinas del Museum of Jurassic Technology
Fuente: Tripadvisor.
Figura 5. Vitrinas del Museum of Jurassic Technology
Fuente: Plasma.
Figura 6. Vitrina del Museum of Jurassic Technology
Fuente: Plasma.

Este modelo estético es muy antiguo. En la antigua «wunderkammer», las maravillas naturales se exponían junto a obras de arte y artefactos. Pero entre los siglos XVIII y XIX se consolidó la separación entre arte, historia natural y tecnología. Antes, todo pertenecía por igual al orden del conocimiento, que era inseparable de la experiencia estética. Lo maravilloso no se generaba en el núcleo del propio objeto, como supone erróneamente During, sino en consonancia con el cuerpo vibrátil del espectador o, en todo caso, en un abismo de extrañamiento y comunión que se abría entre la cosa maravillosa y el espectador asombrado. Como dice Rolnik en relación con la antropofagia, «el efecto de la presencia viva no puede representarse ni describirse, sino sólo expresarse, en un proceso que requiere una invención que se materializa performativamente: una obra de arte, pero también una forma de ser, de sentir, de pensar, una forma de sociabilidad, un territorio existencial».

El Sr. Wilson confiesa haber sentido siempre una gran atracción por los museos: eran oscuros, silenciosos, llenos de cosas antiguas y misteriosas. Y, aunque estaban muy lejos de ser instituciones pedagógicas, eso no importaba, porque permitían acceder al conocimiento a quienes estuvieran dispuestos a dar una serie de saltos de fe. En una de las partes más emotivas del libro de Weschler, Wilson confiesa que creó el MJT para que la gente pudiera transformarse.

«De repente se me hizo completamente evidente, aunque sin ningún detalle, cómo mi vida tendría que seguir el curso que ha llevado a… bueno […] a esto. Quiero decir que considero que dirigir este museo es un trabajo de servicio, y el servicio consiste en […] proporcionar a la gente una situación… en fomentar un entorno en el que la gente pueda cambiar. Y sucede. Lo he visto pasar.»

L. Weschler, op. cit. (pág. 44).

Curiosamente, el rito antropofágico tiene el mismo propósito: devenir. Pero la prueba irrefutable de la analogía entre la antropofagia y la cultura de las maravillas es el criterio que sirve para seleccionar los ingredientes que se añaden al caldo. La prueba que determina lo que debe ingerirse es, dice Rolnik citando el Manifiesto de Pau-Brasil, la alegría. La alegría es el síntoma de una «vitalidad palpitante» a la que debemos abrir nuestro cuerpo.

El MJT es un bricolaje lévi-straussiano, una gran tecnología del encantamiento tal y como la define el antropólogo Alfred Gell. Una tecnología que, como sugiere el nombre del museo, es jurásica por antigua: tecnología que transforma a las personas a través de una experiencia estética/mágica. Y, sin embargo, hace tiempo que el modelo antropofágico y el del gabinete de curiosidades fueron subvertidos por el capitalismo mundial integrado, como dice Rolnik.. En el panorama actual, quienes se dedican a la creación de mundos deben sobrevivir en una especie de «guerra estética planetaria» que promueve una competencia feroz entre máquinas expresivas que rivalizan por conquistar el mercado de las subjetividades anestesiadas. Poco a poco, el cuerpo vibrátil se ha deformado, y hoy a duras penas distingue entre la potencia viva y la carne muerta.

Ahora bien, liberar la subjetividad de los perversos procesos de instrumentalización a los que nos hemos acostumbrado no es lo mismo que exigir coherencia. No tenemos, digámoslo ya, ningún interés en la coherencia (ni en la perfección tampoco), pero sí en la experiencia de lo maravilloso. La eficacia del gabinete de curiosidades depende de la potencia de lo maravilloso, en la misma medida que la eficacia del banquete antropofágico depende de la potencia viva del otro y de nuestra capacidad de vibrar y abrir nuestro cuerpo a él. Por esto, a la hora de abordar este tipo de formato expositivo, nuestro principal enemigo será la subjetivación atlética. Y cuando el tema tratado es la magia el peligro se multiplica, porque durante siglos la magia ha sido considerada, según los cánones occidentales, como el territorio subjetivo por excelencia.