Empecemos entonces por uno de los prejuicios más fuertes, si no el principal. En la cultura occidental, la magia se asocia a las nociones de farsa y simulación: la magia no es real y se explica como una sofisticada articulación de mecanismos técnicos y psicológicos cuya única finalidad es engañar al espectador o al creyente. Siguiendo esta lógica, la «magia», en su sentido más amplio, queda reducida esencialmente a su «denominador común»: la magia escénica.
Proyectos como Magic show (2009), comisariado por Sally O’Reilly y Jonathan Allen, definen la magia como un diálogo entre la ficción y la farsa. En palabras de los comisarios, «para algunos, la magia incita a la agencia creativa de la fantasía y la ilusión», mientras que «para otros significa la licencia para practicar el engaño», lo que por desgracia viene a ser más o menos lo mismo. El proyecto expositivo se centra en las prácticas artísticas que utilizan técnicas vinculadas a la magia escénica y al teatro para asombrarnos sin perder por ello su intención crítica. De este modo, la exposición pretende revelar que «la ilusión estratégica y el engaño pueden aplicarse en contextos más ominosos».
Como mencionan los comisarios, la magia es una herramienta potencialmente crítica. Pero al centrarse en la faceta instrumental de la magia –lo que sirve para ponerla en valor frente a quienes la consideran un remanente inútil del pensamiento ancestral–, se la reduce a su categoría escénica. La magia, parecen decirnos los comisarios, sirve, pero sirve para fantasear o para engañar haciéndose útil en el contexto de estrategias político-críticas. No podemos evitar pensar que así se contribuye a perpetuar una determinada visión occidental de la magia que la reduce a un conjunto de técnicas relacionadas con el engaño. Por otra parte, esta perspectiva resulta «tolerable» porque inscribe la magia dentro de la lógica utilitaria de la industria del entretenimiento. Además, limitarse a la magia escénica representa una clara ventaja para los artesanos intelectuales del proyecto: no se les puede tomar por entusiastas.
Como dice el propio Simon During (que colaboró en el catálogo de esta exposición), la magia escénica fue, en el pasado, instrumentalizada como vehículo para la difusión de una posición moderna escéptica y antientusiasta que pretendía demostrar que toda magia «tiene truco». La tesis de During afirma que la magia escénica ayudó a conformar la modernidad, hasta quedar finalmente restringida a algunas manifestaciones culturales, especialmente la literatura y el cine. Puesto que sostenemos que la magia (en general, tanto la sacra o sobrenatural como la profana o secular) sigue formando parte de la constitución occidental y, en concreto, de la práctica artística, nuestra investigación es, en muchos sentidos, complementaria a la de During. Sin embargo, During sostiene que la religión no puede secularizarse, mientras que la magia sí, lo que nos aleja profundamente de él. Desde nuestro punto de vista, la magia tampoco puede ser totalmente secularizada, ni siquiera a través de su faceta escénica.
A pesar de que During dedica gran parte de los dos primeros capítulos de su libro a reconocer que la «magia secular» no puede separarse totalmente de la noción de «magia sobrenatural», insiste repetidamente en que no le interesa la magia «real». Basta con echar un breve vistazo a la historia de la magia para darse cuenta de que «la lógica de la magia secular solo es descriptible en relación con la magia de propósito sobrenatural», dice acertadamente During. Pero, al mismo tiempo, opta por distanciarse manifiestamente de cualquier noción de magia sobrenatural.
Además, este tipo de rechazo a la magia sobrenatural puede convertirse en puro desprecio cuando el proyecto curatorial pretende acercar el arte a la ciencia. En este sentido, es muy revelador el discurso de la exposición significativamente titulada Lo contrario a la magia, que tuvo lugar en el MALBA y fue comisariada por Lux Lindner. Este posicionamiento curatorial es sintomático: si el arte quiere legitimarse como una forma respetable de conocimiento, debe renunciar explícitamente a cualquier vínculo con lo sobrenatural mágico y, además, reivindicar constantemente su filiación con la Ciencia (con «c» mayúscula). En el texto de la exposición se argumenta que una de las razones para organizar la muestra es apoyar a la comunidad científica, tan amenazada. Por otro lado, el comisario pretende reivindicar un arte que se aleje de lo «explosivo», de la «impaciencia», del «facilismo» y de las «promesas de prontitud» de la magia.
Es evidente que el comisario tiene una idea muy limitada y peyorativa de la tradición mágica. Las preguntas que me surgen son: ¿por qué el arte tiene que definirse en relación con la ciencia, ya sea por oposición o en sintonía con ella? ¿Desempeña el arte un papel en la defensa de una ciencia amenazada? ¿O es la asociación con la ciencia lo que puede ayudar al arte a alejarse de la sospecha de ser «explosivo», «impaciente» y «fácil»? Por lo pronto, parece que el arte demuestra ser «verdadero» o «bueno» cuando se pone del lado de la ciencia y «falso» o «malo» cuando se pone del lado de la magia. Pero la magia no conoce tales distinciones modernas y no puede regirse por estas: la magia no entiende por qué la ciencia no es magia, ni por qué el arte no es ciencia o la ciencia no es arte.
En este punto hay que recordar que cuando la «Ciencia» se escindió de la magia el proceso fue de todo menos higiénico. Como dice During, la magia y la ciencia estaban mucho más entrelazadas de lo que los pensadores de la Ilustración estaban dispuestos a admitir. La revolución científica se desarrolló a partir de la magia natural. Además, como nos recuerda el historiador Keith Thomas, las actitudes racionalistas ya existían mucho antes de Galileo o Newton. Y, para quienes no lo sepan, Newton también era alquimista, Einstein recibió la inspiración para desarrollar la teoría de la relatividad tras tener una visión en la que se veía a sí mismo corriendo junto a un rayo de luz y James Watson, que descubrió la molécula de ADN junto con Francis Crick, había soñado previamente con dos escaleras de caracol entrelazadas.
Según el mago y artista Alan Moore, tanto la ciencia como la magia perdieron algo vital en su separación. El arte se vio obligado a elegir entre uno y otro, posicionándose y definiéndose en una batalla que le era ajena. En resumen, la división entre magia y magia escénica o entre magia y ciencia no contribuye a la reflexión sobre la tradición fantástico-mágica con la que queremos dialogar desde el arte, que es esencialmente una tradición ligada a la filosofía de las naturalezas-culturas.