Quizás la conclusión más evidente es que el centro es hoy en día un territorio en disputa y que las bienales resultan mecanismos eficientes para entrar en el diálogo internacional.
Si históricamente este centro fue dado por sentado desde Europa o Estados Unidos con la inclusión de comisariados críticos que empezaron a poner en crisis la idea del otro desde una perspectiva poscolonial, esto se terminó.
La estrategia de BIENALSUR consiste en construir una cartografía propia y autodeclarar su origen como kilómetro cero. En este ejercicio, los territorios por los que se expande se presentan como redes de alianzas y colaboraciones, sin embargo, ¿no es esto un tipo de conquista? ¿Hay un ejercicio colonial en este modo de operar? ¿Es el sur que se expande? ¿O es el sur que asimila pedazos del norte y los integra en un discurso que no necesariamente lo nutre, sino que lo valida? Esto dependerá, una vez más, de quién sea el destinatario de la bienal. ¿Son alianzas de cooperación y de encuentro o de validación? De todas maneras, se reafirma la alta estima de lo global: cuanto más extensas sean esas redes más valor tendrá ese centro. ¿Cuál es el espacio que viene a ocupar la BIENALSUR en relación con la Bienal de São Paulo, por ejemplo, que también se encuentra en Latinoamérica y es reconocida internacionalmente como uno de los espacios internacionales más influyentes? El de un territorio diferente que no está delimitado por los límites de la geografía política y las concepciones tradicionales de lo hegemónico y lo local, sino que está regido por la representación colectiva de un Estado global de pensamiento que se nombra a sí mismo comunitario y, a la vez, que valida su discurso por la amplitud o la representatividad que este puede llegar a tener y, de esta manera, lo vuelve hegemónico.
La idea de «comunidad» como territorio abierto bajo la órbita de una bienal desafía a la curaduría y superpone dos roles que tienen el mismo eje, pero que a su vez se contraponen: por un lado, los curadores que postulan proyectos siguen las formas habituales del hacer curatorial, pero sus exposiciones solo serán llevadas a cabo –expuestas, validadas– si se relacionan conceptualmente con muchos de los otros proyectos presentados –porque se supone que de esta manera serán representativos de los discursos que interesan a la comunidad en un periodo bianual– y, por otro lado, los comisarios invitados tienen la misión de identificar cuáles son estos discursos comunes y elaborar una red y una estructura que use como medios los espacios y recursos que la bienal les provee.
Si bien el fin político de BIENALSUR está lleno de contradicciones y su poder de transformación –al menos aún– no termina de concretarse, es una bienal que desde un principio fue concebida y entendida como modelo de ruptura, y su aporte a las bienales del sur es la posibilidad de repensar colectivamente la estructura de una bienal. Hoy en día, mientras las bienales se encuentran en crisis, lo colectivo va ganando cada vez más espacio en nuestra forma de entender el mundo y, si bien resulta imposible saber cómo será en el futuro –aunque podamos imaginar muchas posibilidades, sobre todo en este presente distópico–, analizar una bienal en construcción nos puede ayudar a entender las estructuras que las sostienen.