4.3. De objeto patrimonial a memorias dolorosas
El Museo de La Plata, fundado en 1884, es un caso emblemático de instituciones del siglo XIX atravesadas por la corriente evolucionista y catalogadas en la línea de historia natural. El proyecto y la colección fueron ideados y conformados por el científico argentino Francisco Pascasio Moreno y administrados por la Universidad de La Plata desde 1906, para contar la «historia física y moral de la República Argentina» (Podgorny, 1995, pág. 94). Un componente central del museo fueron los restos humanos, cráneos, esqueletos y cuerpos momificados de los pueblos indígenas de América, con los que se buscaba construir un discurso sobre los orígenes de la humanidad. Estos restos fueron obtenidos en la campaña militar llamada «Conquista del Desierto» (1878-1885), que implicó la invasión del territorio de pueblos originarios de la Patagonia, con el objetivo del exterminio indígena y la posesión de sus tierras. Los restos se consiguieron tanto por la exhumación de enterramientos indígenas, como por la captura de familias que fueron trasladadas a la provincia de Buenos Aires, vivieron forzosamente en el museo entre 1885 y 1895, y cuando fallecieron pasaron a formar parte de la colección, y de cuyos cuerpos se extrajeron sus cerebros y otras partes. En la época, y ante denuncias realizadas por la prensa, Moreno justificó su actuación diciendo:
«Lo hice dado el interés excepcional que para la ciencia antropológica tendrían estas disecciones, por tratarse de los últimos representantes de razas que se extinguen.»
Esta es una particularidad de gran complejidad para la institución museal, en la que no solo se conservan restos humanos, sino que muchos de estos son producto del secuestro y fallecimiento en el propio museo. Desde la década de 1970 se empezaron a realizar reclamos por parte de representantes indígenas de las comunidades mapuche y tehuelche que se reactivaron con la vuelta a la democracia. En 1994, una reforma de la Constitución reconoció la preexistencia étnica de los pueblos indígenas y su derecho a participar. En este mismo año se dio la primera restitución de restos humanos en Argentina correspondientes al cacique tehuelche Modesto Inakayal. El proceso se había iniciado en 1989 y conllevó un proyecto de ley y negociaciones para lograr que finalmente sus restos óseos sean trasladados a Tecka, provincia de Chubut (Ametrano, 2015).
En 2006, el Consejo Académico de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo aprobó una resolución para retirar los restos humanos en exhibición, desarrollar estrategias de vinculación con los públicos para reflexionar sobre el tema y atender las reclamaciones de restitución para favorecer una política de cogestión con las comunidades (Sardi y otros, 2015, pág. 5). Así, se replanteó la exposición para hacer del visitante un sujeto activo y que conociera las decisiones tomadas con respecto a los restos humanos no americanos. Un aspecto fundamental fue la presión de la comunidad académica, liderada por el Colectivo Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social, GUIAS, que colaboró desde 2006 en el reordenamiento de restos humanos y en la difusión mediática de los casos.
Otro caso de restitución importante fue el de Kryygi, niña de origen aché (Paraguay), que fue capturada por los colonos que asesinaron a su familia, bautizada como Damiana y enviada a Argentina como empleada doméstica. A sus 14 años, la niña fue «estudiada» por el etnólogo alemán Robert Lehmann-Nitsche, quien la fotografió desnuda. Damiana murió dos meses después de tuberculosis. Sus restos fueron entregados al Museo de la Plata y la cabeza, donada a la Sociedad Antropológica de Berlín, en Alemania. La restitución se concretó en junio de 2010, lo que marcó un hito porque los restos fueron recibidos directamente por un pueblo sin intermediación del Estado; su enterramiento fue en un lugar secreto del Parque Nacional Caazapá, en el sur de Paraguay. La restitución de la cabeza se dio dos años después, cuando fue devuelta por la Universidad Charité de Berlín (Ametrano, 2015).
La historia detrás de estos procesos devela una imposición violenta desde la racionalidad del Estado y la ciencia sobre los saberes y los cuerpos indígenas, en función de un discurso nacionalista y racista que especulaba sobre la extinción de estas poblaciones a la vez que contribuía a su exterminio. Estos cuerpos convertidos en «patrimonio» del museo para las comunidades implican unas memorias dolorosas:
«[…] es muy triste, es muy duro tener que estar dentro de ese mausoleo y ver los cerebros puestos en frasco de formol como una pieza científica, como un experimento de un científico, como una pieza de un museo… Tener que ver los restos de Inakayal sobre la tierra y no enterrados. Presos en el mausoleo y no en la tierra. Cuántos más dicen que están en el Museo de La Plata y ¡en tantos museos! ¡de Argentina y del mundo! [resalta]. Porque lamentablemente nuestra gente era… era tomada como un bicho raro. Hacían sus colecciones de huesos, de cráneos, de cabellera, de orejas [pausa] y los desparramaban por el mundo, los vendían por el mundo… Entonces no es fácil pensar en toda esta situación.»
La importancia de los procesos de restitución es su conexión con el presente, con los sentidos de justicia que se activan y se conectan con la búsqueda de otros derechos relacionados, por ejemplo, con demandas territoriales vigentes. Para la antropóloga argentina Carolina Crespo, este es precisamente el detonante que estos procesos generan:
«Lejos de obturar, las restituciones habilitaron la visualización de violencias, imposiciones y tensiones inconclusas e incluso su transmisión a generaciones posteriores. Pero especialmente al estar acompañadas de una fuerza poderosa y movilizadora como son las emociones, que permiten encarnar en los propios cuerpos la reflexión crítica de los eventos sucedidos y reconocer como propia esa historia, la demanda por la autonomía y por el territorio arrebatado, contienen un alto potencial en la constitución de subjetividades y luchas por derechos.»