Los procesos de restitución y repatriación expresan demandas colectivas de sociedades que buscan reparación y justicia. No son solamente problemáticas patrimoniales, sino que ante todo se enmarcan en los derechos humanos de pueblos indígenas. El patrimonio como discurso aparentemente neutral ha contribuido a la exclusión de ciertos grupos que se convirtieron en objetos de estudio. Como discurso eurocéntrico, ha operado autorizándose bajo la idea de preservación de un legado mundial. Así, mediante actitudes paternalistas, se ha negado el derecho de los colectivos a sus patrimonios, aduciendo su incapacidad de cuidar de estos objetos. Esta es la gran paradoja que enfrentan los museos occidentales, pues la destrucción y el saqueo que les permitieron obtener estos objetos no son cuestionadas. En este sentido, ¿pueden los museos cuestionar su propia autoridad?
Desde las posturas decoloniales, se entiende que hay una «matriz colonial del poder» que radica en la legitimidad que construyó Europa durante siglos de coloniaje. Esta experiencia histórica ha significado la imposición de una forma de conocer el mundo por encima de otras, desperdiciando otros conocimientos. En el umbral de los siglos XIX y XX, los avances técnicos y tecnológicos se pusieron a disposición de la empresa colonial para exacerbar la diferencia a partir de la comparación cultural y racial, reafirmando la episteme europea como la única posible. Los imperios coloniales, sus instituciones culturales, academia, universidades, museos, antropólogos, historiadores, etc., operativizaron el conocimiento científico para satisfacer el sesgo supremacista que venía construyéndose desde varios siglos atrás y para imponer la identidad europea sobre el mundo.
Los casos de América Latina y África comparten características, pero también grandes diferencias, porque responden a experiencias históricas distintas. Aunque un mismo imperio podía operar en una región americana y en otra africana, los propósitos y los contextos eran distintos. En América Latina, durante el siglo XIX, se conformaban las nuevas repúblicas y surgía la necesidad de configurar los relatos nacionales. En el mismo periodo cronológico, África se enfrentaba a una transición en el modo de explotación acelerado de recursos que se recrudeció con el «reparto de África» y que experimentó una de las facetas coloniales más violentas de su historia. Hoy se reclaman no solo expolios violentos, sino reparaciones por genocidios. En este sentido, América Latina también conoció episodios violentos, pero no de colonias extranjeras, sino más bien propiciado por élites que utilizaban todo el poder de coerción estatal para imponer su visión de lo que entendían por nación. Los casos de Argentina y Chile son significativos porque implicaron verdaderos exterminios de comunidades indígenas.
La renovación de estudios sobre museos y patrimonio en América Latina requiere un desborde de los marcos nacionales, a partir de enfoques que pueden orientar su mirada en las redes intelectuales y académicas, los procesos regionales y las migraciones, por ejemplo. Estas limitaciones aparecen en los procesos de repatriación que hacen del Estado nación la única vía de regreso, desplazando los derechos de poblaciones indígenas a sus objetos y restos humanos. En este sentido, las reflexiones sobre el colonialismo interno son necesarias para complejizar las tensiones entre centros y periferias que han reproducido el modo de operar de instituciones coloniales como el museo.
Las restituciones de piezas africanas y restos humanos que se encuentran en museos europeos se enfrentan a resistencias poderosas de estas mismas instituciones y su discurso tradicional de la posesión legítima sobre dichos bienes. Esto contrasta radicalmente con la postura de comunidades y Estados africanos para quienes el valor cultural e histórico de estos objetos del pasado se moviliza también por una búsqueda de justicia. No obstante, los contextos de desigualdad refuerzan estas asimetrías. Así, por ejemplo, en la película Un-Documented: Unlearning Imperial Plunder (2019), la investigadora y artista israelí Ariella Azoulay interpela a la situación actual de los migrantes africanos, quienes, de maneras precarias y criminalizadas, llegan indocumentados a los países de los colonizadores europeos que poseen sus objetos saqueados, custodiados y cuidados en vitrinas.
Los procesos de restitución y repatriación se caracterizan por su heterogeneidad y por la necesidad de un análisis de cada caso como experiencia única. Las historias recogidas en este texto son una muestra de las luchas y negociaciones de las comunidades y descendientes que continúan desafiando a las instituciones museales como un derecho a la memoria.