6.1. Introducción
En resumen, la magia puede circunscribirse a la magia escénica, puede ser presentada como una acumulación de cachivaches y baratijas, estudiada en relación con un personaje o periodo histórico, considerada como parte de una cultura ajena o como fruto de la locura. Todos estos modelos de comisariado impiden, en general, la creación de un escenario que permita evaluar el poder real de la magia en la actualidad. Las estructuras se imponen al contenido, perpetuando viejos prejuicios. Excepcionalmente, el trabajo de toda una vida resulta en un maravilloso banquete antropofágico, como en el caso del Museo de Tecnología Jurásica. Excepcionalmente, puede ocurrir que una exposición sobre magia llame la atención sobre la pervivencia de la magia en Occidente, o que una investigación histórica o etnográfica nos haga reflexionar sobre el papel del pensamiento mágico en nuestro propio tiempo o contexto cultural. Puede ocurrir, pero ocurre poco.
Todavía hay otro tipo de manifestación curatorial que, aun no tratando temas relacionados con la magia, utiliza su léxico. Por ejemplo, el término alquimia aparece de manera recurrente en las exposiciones de cerámica; los términos magia y fantasma se relacionan frecuentemente con las exposiciones de fotografía y con el cine. En estos casos, la magia es invocada como figura lingüística, como metáfora. Un uso del lenguaje significativo, puesto que, como explica During:
«Es como si la popularidad de las palabras mágicas expresara una ambigüedad sistemática de la cultura […], en el sentido de que (como la magia) esta es periférica a los valores de utilidad y eficiencia que siguen siendo centrales en la modernidad.»
Es decir, que la magia y el arte son áreas de ocio e ineficacia, lugares que carecen de trascendencia «real».
La acusación de irrealidad acompaña a la magia desde hace mucho tiempo: Zoroastro, Moisés, Salomón, Pitágoras y muchos otros fueron acusados de crear imágenes ópticas engañosas, capaces de convencer de su veracidad. La antropóloga Sylvia Caiuby Novaes sostiene que la desconexión entre lo mágico y lo real tiene que ver con la desconexión de las imágenes con lo real: magia e imagen tienen una raíz similar, comparten una suerte parecida. En el pensamiento ilustrado, del que generalmente somos herederos, la magia «sobrenatural» nunca fue más que una ficción o una puesta en escena. Desde esta perspectiva, tampoco las imágenes han sido nunca otra cosa que representaciones más o menos engañosas. Pero ni la magia sobrenatural ni el poder de las imágenes eran tan fácilmente explicables como hubieran querido los antientusiastas: no podía, por desgracia, explicarse en clave de «truco», así que se recurrió al «truco final», el que lo explica todo y es, a su vez, inexplicable: el de la imaginación.
Fue entonces cuando, en un intento por desacreditarla, se «psicologizó» la magia, dice During. Pero la pregunta que nos vemos obligados a plantear, una y otra vez, a lo largo de nuestras lecturas sobre el declive de lo mágico, es: ¿cómo y por qué se asume esa equivalencia entre psique y ficción? La magia siempre ha otorgado un poder considerable a la mente. En la magia clásica y renacentista, la imaginación era tratada como una poderosa herramienta para manipular y generar realidades. Había quienes consideraban que la imaginación era tan peligrosa que debía ser regulada, o que solo debía ser ejercitada con precaución por un grupo selecto de sabios. Pero el hecho de que la magia tuviera una dimensión psicológica o fantástica nunca significó que fuera irreal.
Así, cuando Spinoza dice que los profetas se habrían comunicado con Dios a través de su imaginación, no entendemos necesariamente que tal afirmación sirva para desacreditar la experiencia del contacto con la divinidad. «Dios se revela a los profetas sólo de acuerdo con la naturaleza de su imaginación», dice Spinoza. Y, sin embargo, During reformula las palabras del filósofo afirmando que «Spinoza sostenía que los profetas bíblicos, que afirmaban haberse comunicado directamente con Dios, estaban en realidad bajo la influencia de la imaginación y de sus imágenes y signos». ¿No es evidente el sesgo de esta afirmación cuando la comparamos con las palabras originales de Spinoza? La teoría de Spinoza es definida por During como «teoría de la acomodación», que afirma que las revelaciones divinas se producen en función del contexto cultural en el que tienen lugar. Pero ¿por qué la afirmación de que las diferentes sociedades y épocas producen diferentes climas fantásticos sirve para negar la realidad de estas experiencias?
La partición entre lo real y lo fantástico no es válida para pensar la magia desde dentro. Muchos teóricos de la magia se preguntan hasta qué punto tal o cual fenómeno fue o no real (¿exactamente en qué sentido «volaban» las brujas?). Este tipo de cuestionamiento puede servir de disparador para reconstruir un linaje mítico-mágico, para reconectarnos, a través de la investigación histórica y antropológica, con una cierta tradición fantástica. Ernesto de Martino, Carlo Ginzburg o incluso Margaret Murray han reconstruido parcialmente cuadros que ayudan a comprender con más detalle la historia de la magia en Occidente. Pero, en general, preguntarnos hasta qué punto los actos mágicos eran ilusorios nos parece una pérdida de tiempo, ya que la formulación de la pregunta parece asumir que lo fantástico puede, de alguna manera, ser extirpado quirúrgicamente de la realidad. En resumen, la pregunta está mal hecha. La fantasía impregna cada una de las realidades humanas hasta el punto de que el cerebro es incapaz de diferenciar la información onírica de la que llega a través de los sentidos. La información empírica también es manejada por la imaginación y, de hecho, solo puede ser organizada, estructurada y sistematizada por esta. La tradición mágica occidental parte de esta base y trabaja a partir de ahí. Y, sin embargo, encontramos una y otra vez proyectos curatoriales que se vanaglorian de dignificar lo mágico reivindicándolo como lo opuesto de lo real. Flaco favor.
Una vez examinadas las implicaciones ideológicas que subyacen en toda una serie de construcciones curatoriales, puede ser útil profundizar en el debate sobre dos exposiciones que consiguen eludir los peligros citados hasta ahora. Se trata de La gran transformación, comisariada por Chus Martínez en el Museo de Arte Contemporáneo (MARCO) de Vigo en 2008, y Animism, comisariada por Anselm Franke en la Kunsthalle de Berna en 2010. Las dos exposiciones tienen en común la aproximación al pensamiento mágico como dimensión real y contemporánea de la cultura occidental.