3.3. Memorias reivindicadas
En febrero de 2019, el estado federado de Baden-Wüttenberg, en Alemania, mediante una delegación encabezada por la ministra alemana de Ciencia e Investigación Theresia Bauer, fueron a Namibia para devolver dos piezas que eran exhibidas en el Museo Linden de Stuttgart. Estos objetos consistían en una Biblia y un látigo que pertenecieron a Hendrik Witbooi (1830-1905), quien es considerado héroe nacional en este territorio.
Estos objetos, que estuvieron exhibidos durante varias décadas, llegaron al Museo Etnológico de Baden-Wuttenberg en 1902 mediante una donación. Las piezas, muy probablemente, fueron sustraídas del cuartel general de Witbooi, en Honrkranz, por las tropas alemanas en 1893, y están marcadas por una historia del considerado «primer genocidio del siglo XX». Durante varios años fue opacada o directamente olvidada la historia de estos crímenes. No obstante, el Memorial de la Shoah de París de 2016 ha revivido este periodo de la historia colonial alemana en una extensa muestra. Aparentemente, estos procesos han dado más impulso a los reclamos de parte de los herederos de estas comunidades nama y herero y del propio Estado namibio.
La primera incursión de los alemanes en África del suroeste fue por medio del evangelio. Varias misiones de evangelización habrían introducido la versión (protestante) del Dios cristiano distinta a la católica que los portugueses indirecta y esporádicamente habrían propagado siglos antes. En la empresa alemana, los enclaves de evangelización estaban vinculados a espacios de desarrollo comercial. Al principio, las comunidades nama, herero y orlam tuvieron proximidad de manera cotidiana, y llegaron a compartir algunos espacios sociales. Sin embargo, estos pactos empezarían a resquebrajarse, lo que coincidió con el incremento de los intereses por los recursos, que empezaban a ser contradictorios con las sociedades africanas que allí habitaban desde mucho antes.
Heinrich Göring, gobernador de la colonia denominada África del Sudoeste Alemana, provocó divisiones entre las comunidades indígenas, formó alianzas parciales y generó enemistades. Entrado el siglo XX ya se habrían producido innumerables episodios violentos contra las comunidades indígenas. En 1904, bajo las órdenes del reconocido y despiadado Lothar von Trotha, los soldados expulsan al pueblo herero bajo la pena de ser fusilados sin distinción etaria o de género. Tanto hereros como namas tardíamente empezaron a coaligarse, junto con la figura de Henrik Witbooi y otros líderes, para enfrentarse a cada vez más numerosos batallones alemanes que, al final, por la desigualdad en el armamento y las tácticas de guerra, y por el sadismo con el que actuaron, arrasaron con buena parte de estas comunidades africanas. Se estima que murieron entre 80.000 y 100.000 personas producto de crímenes, sometimientos a condiciones precarias, violaciones de mujeres, asesinatos de líderes, expulsión al desierto o trabajos forzados hasta morir, etc. Las osamentas, particularmente cráneos, llegaron a Europa en enormes cargamentos a varias sociedades de antropología para su estudio.
¿Qué valor tenían estos cráneos para los saqueadores más allá de lo monetario? Y ¿qué significado podrían haber tenido para las sociedades antropológicas europeas los restos y las piezas que recibieron, más allá de la ciencia que decían buscar? En estos hechos de suma violencia simbólica y física de los imperios y en la curiosidad indagatoria de sus instituciones intelectuales, universidades y museos que acogían restos humanos y piezas, habrían encontrado unas condiciones de posibilidad para justificar el sesgo racial. Si existe un denominador común, es que tanto soldados como antropólogos habrían experimentado un sentido de comunidad expresado en el supremacismo blanco. Se habría configurado una forma de racismo que, además, habría pasado de la clasificación, segregación y exclusión a una fase exterminadora expresada en el ámbito científico y social, mediante constructos como la pureza de sangre y la herencia germánica.
En la segunda década del siglo XXI se ha activado en los museos alemanes una discusión amplia sobre la legitimidad que se podría tener para exhibir objetos provenientes de los expolios del periodo del imperio colonial. De ahí que el proceso actual de restitución de la Biblia y el látigo de Witbooi, según la curadora del Museo Linden, sea una señal de apertura y de transparencia.
Con el tiempo, Henrik Witbooi se convirtió en héroe nacional para Namibia. Se le han dedicado varios monumentos en todo el país y billetes de 100 dólares namibios. Estos procesos de conmemoración ponen sobre la mesa ese pasado traumático y abren un horizonte para interpretarlo de nuevas maneras. En ese sentido, los procesos de restitución, reparación y disculpas públicas y los reclamos y las negociaciones revelan nuevos significados que han venido procesando los colectivos implicados. Witbooi ha dejado de ser únicamente un personaje histórico para convertirse en catalizador de la memoria colectiva, donde se condensa la esperanza de resarcimiento de los pueblos del presente y, a la vez, donde se disputan sentidos de pertenencia y nuevos conflictos entre lo local y lo nacional, lo personal y lo colectivo; en definitiva, entre la memoria oficial y las memorias alternativas.