3.5. Luis Montes Rojas. Contra la Razón
Luis Montes Rojas (Santiago, 1977) es licenciado en Artes Plásticas, con mención en Escultura por la Universidad de Chile, y doctor en Bellas Artes por la Universidad Politécnica de Valencia (España). Es académico del Departamento de Artes Visuales de la Universidad de Chile, senador universitario por la Facultad de Artes, coordinador de investigación del Departamento de Artes Visuales y editor de la revista [cuatro treintaitrés]. Ha expuesto en muestras colectivas e individuales en Chile y en el extranjero. Destacan su participación en la muestra de la Colección MNBA De Aquí a la Modernidad y las exposiciones individuales Galería de los Presidentes (2015) y Santa Lucía (2016), ambas en el Museo de Arte Contemporáneo, P/F.
«Si bien la mayoría de las obras expuestas trabajan desde el soporte escultórico, la serie Ornamento opera también desde el registro fotográfico. En esta, un conjunto de pequeñas estatuas de hombres mutilados comparece en entornos profusamente decorados con objetos antiguos, como vasos, floreros, platos, muebles, etcétera. Las imágenes tensionan lo ornamental del fondo con los personajes que exhiben la violencia física en sus cuerpos (incluso el contraste es cromático, puesto que los fondos están enteramente iluminados, mientras que las esculturas de bronce son oscuras, imitando la pátina propia de un objeto antiguo). Estos personajes son veteranos de la guerra del Pacífico que, para obtener sus pensiones de invalidez o gracia (producto de las mutilaciones sufridas en combate), debieron posar ante la cámara fotográfica, lo que, de acuerdo con las convenciones retratísticas de la época, constituía un momento de solemnidad y recato máximo.»
El objetivo de la serie de trabajos expuestos en la muestra fue el de resignificar los monumentos, centrándose en la figuración de los monumentos históricos para transformarlos por medio de instalaciones que ponen en crisis la vigencia de los relatos y valores de la historia oficial. La obra cuestiona el ideal racional de la sociedad ilustrada detrás de las esculturas que representan a personajes insignes e hitos memorables, poniendo en evidencia su uso para fomentar un proceso identitario asociado al proyecto de nación. Su muestra es el resultado de un extenso proceso de investigación realizada desde 2008, cuyo objeto de estudio han sido algunas piezas emblemáticas, como el Monumento al General Bernardo O’Higgins (1872), de Albert-Ernest Carrier-Belleuse, situado en la Alameda de Santiago; o el Monumento a la Victoria, de León Cugnot, en Talca. Como el propio Montes Rojas explica:
«La lógica monumental impide la reinterpretación, pero la verdad es que las sociedades cambian y las ciudades se transforman. En el Imperio romano existía una ley, a través de la que los propios ciudadanos podían decidir sobre si realzar una figura histórica como si fuese una deidad o al contrario bajarlos de su pedestal, lo que se conocía como “condena de la memoria” y que permitía borrarlo de todas las placas y monedas conmemorativas […] Se trata de separar a este personaje que pasa desapercibido del héroe y además bajarlo a la altura del público para que pueda ser apreciado por primera vez: ¿Quién es el verdadero padre de la patria, el que está arriba del caballo o el que está abajo, vencido? ¿Es el hijo bastardo del virrey del Perú de origen irlandés, o este soldado realista derrotado y anónimo?»
«El primer caso es el de Padre de la Patria, donde Montes Rojas reproduce al soldado español derrotado que se retuerce en las patas del caballo de O’Higgins. El conjunto escultórico al que alude es la estatua que se encuentra en el Altar de la Patria, en la Plaza de la Ciudadanía, frente al Palacio de La Moneda, donde un victorioso Bernardo O’Higgins somete a un soldado realista para obtener la independencia del país. Montes selecciona solo al soldado hispano, excluyendo al héroe que todos reconocemos en el eje Alameda, con lo que nos hace poner atención en un fragmento del conjunto que desde la vista de a pie es casi imposible de apreciar realmente. Cuando el soldado está puesto a nuestra altura podemos apreciar el detalle de la ropa desaliñada, el cuerpo doblegado y, sobre todo, la cara retorcida por el dolor y el miedo. El conquistador queda entonces reducido a un patético cuerpo que apenas se sostiene sobre sí mismo, pero ya el título de la obra inserta una duda, un problema: ¿Quién es el padre de la patria? ¿Es el O’Higgins que vence (pero que, una vez vencedor, deviene tirano y luego es exiliado), o es la figura hispana que en el imaginario colonial ocupa el lugar del padre? Si la opción es la segunda, tendríamos que pensar más detenidamente el modo en que la cultura republicana y colonial decidió representar la fuente “originaria” de su propia cultura (el modelo del cual dependía), al convertirla en una figura sin belleza, y por lo tanto, sin virtud. Esta disyuntiva es justamente la que dio vida a nuestra República, que, modelada a partir de ejemplos europeos, buscó proveer de virtud a un pueblo que étnicamente despreciaba, porque lo asoció con lo primitivo y la barbarie (como vimos en el minero de Lota), y por lo tanto, con la carencia absoluta de toda virtud (como dijera Portales al describir a sus compatriotas).»