1.1. Introducción
Desde hace algunos años suelo empezar las clases de curaduría para estudiantes de arte con una afirmación que quizá pueda resultar antipedagógica: la curaduría no se puede enseñar, pero se puede aprender. La tomo de mi propia experiencia después de trabajar casi dos décadas en museos y de un texto que me resultó revelador por poner en palabras la forma en que yo misma «devine» curadora: Educando a Frankenstein, escrito por el curador mexicano Cuauhtémoc Medina.
En el texto, Medina aduce que a pesar de que existen programas para profesionalizar el oficio del curador, la curaduría se resiste a ser regulada. Por tanto, no sería correcto definirla como una profesión, sino una función que se caracteriza justamente por incluir una diversidad de roles, posiciones y acciones. El curador no desarrolla una misma metodología todo el tiempo. Es Frankeinstein porque está hecho de retazos de distintas profesiones y saberes. En este punto pido a un estudiante dibujar un Frankeinstein y empezamos a nombrar las distintas partes que pudiese tener este «monstruo»: gestor cultural, museógrafo, relacionista público, comunicador, investigador, activista, marchante, burócrata, etc. Son múltiples los oficios que puede asumir el curador.
Cada proyecto tiene una naturaleza distinta y, por tanto, la manera como se ejerce la curaduría cambia en el tiempo. Puede ser una propuesta de investigación en la que otras personas asumen roles de producción, gestión de recursos, divulgación; o puede ser un proyecto que implique que quienes estén al frente de la curaduría se encarguen de todo el proceso.
Lo único que Medina recomienda mantener constante es la forma de negociar. Un estudiante lo puso en palabras que considero muy acertadas: cada curador no negocia su subjetividad. Eso es lo que hace que cada uno tenga su forma de hacer, su impronta personal.
Los orígenes del término ya son un lugar común, pero vale la pena repasarlos brevemente. Curar está emparentado con el verbo cuidar, de ahí que por mucho tiempo los curadores de museos fueran las personas encargadas de las colecciones de un museo. Hoy en día, las labores de cuidar las colecciones pueden estar reservadas a quienes ejercen la conservación como profesión, mientras que los curadores son investigadores y crean relatos para su escenificación. Sin embargo, la curaduría, como la conocemos hoy en día, tiene su desarrollo creativo desde hace relativamente poco, en la década de los sesenta, al mismo tiempo que se dieron cambios radicales en las prácticas artísticas.
Esta curaduría contemporánea consiste en una práctica basada en hacerse preguntas desde el presente. Sus orígenes están más cercanos a lo que los artistas de vanguardia, como Marcel Duchamp, hicieron con el espacio expositivo que con la historia misma de la curaduría museal.
De hecho, las historias de la curaduría reseñan la obra 16 millas de cuerda como un antecedente.
La obra de Maurizio Nannucci, Todo arte ha sido contemporáneo, nos recuerda que quienes participamos de las prácticas artísticas nos hacemos las preguntas desde el ahora. Uso esta alusión para ejemplificar que la curaduría contemporánea no es sobre arte contemporáneo. Lo que resulta relevante es que la interrogación sea importante para nosotros ahora. Así, todo pasado es sujeto a constante revisión curatorial.
Ser curador es más un devenir que una garantía dada por la educación formal, es un oficio estimulante y en constante reinvención.
En eso también coincido con Medina. Personalmente, cada proyecto curatorial es la búsqueda de una solución parcial a un problema, pero también la oportunidad de retomar, reinventar o modificar una forma de hacer, una metodología, un grupo de trabajo, una narración, crear o renovar relaciones con artistas e investigadores de otras profesiones.
Algunos artistas sienten profunda desconfianza de los curadores. Ya sea por experiencias desagradables del pasado o por rumores de que quien ejerce la curaduría es una suerte de vampiro que se aprovecha de los artistas. Saber de curaduría no quiere decir que hay que convertirse en curador. Lo primero que hay que preguntarse es para qué le puede servir a un artista saber sobre esta práctica. Las posibles respuestas van más allá de la «autocuraduría» de su obra o de saber cómo interactuar con curadores para que no se presenten relaciones jerárquicas o abusivas.
Posibles respuestas a la pregunta de para qué sirve pueden ser las siguientes: pensar la curaduría como un sistema para generar conexiones entre imágenes, disciplinas, artistas, no artistas o como una forma de conocer un contexto; también puede tratarse de una forma de entablar una relación entre arte o artistas, curadores, espacio y públicos; incluso para pensar la curaduría como obra, es decir, como una práctica de generación de conocimiento que está inscrita en la práctica artística. Durante este módulo, esa debe ser una pregunta constante: qué puede aprender un artista si, como lo señala Medina, la curaduría no se puede enseñar y cómo puede enriquecer su propia práctica, aun cuando esta, en apariencia, no tenga que ver con el ejercicio curatorial mismo.
Mi labor consiste en hacer evidente que la curaduría es un sistema de construir narrativas a partir de relaciones y conexiones. El dibujo de una constelación o un rizoma es adecuado para explicar de qué se trata la labor curatorial. Otra forma de imaginarlo es un círculo en el cual se señalan puntos que están conectados. La curaduría es creación de relatos, lo que varía son las formas infinitas en que estos relatos pueden estar elaborados y emplazados.
Otras analogías comúnmente utilizadas para entender el oficio del curador son el director de una orquesta o el guionista de cine. Hay quienes definen la curaduría como la labor de un artista. Gustavo Zalamea, artista colombiano, profesor universitario, gestor y a veces curador, también respondió a la pregunta «¿es el curador un artista?» de la siguiente forma:
«Me parece que en el ámbito de la curaduría también los roles tienden a cruzarse. Hoy muchos artistas son simultáneamente curadores. Aunque yo creo como le dije antes, que el trabajo crítico exige una dedicación de tiempo completo. El curador es un crítico aunque no le guste admitirlo, aunque esté ligado a una institución, aunque prefiera esconder o disimular la esencia de su labor bajo una palabra-máscara, más neutral, menos agresiva […] diría que el curador o crítico desarrolla un proyecto, arma una exposición y unos eventos complementarios, ensambla un conjunto y opera como un artista, estableciendo un dispositivo complejo que puede considerarse como una obra de relación, una obra colectiva, dirigida y producida por un equipo encabezado por él. Así que, desde el punto de vista de la producción, el crítico puede ser considerado como un artista […]. Pero para mí lo que realmente importa es que tanto los artistas como los críticos puedan tocar una cuestión clave: el cómo iniciar a otras personas en el descubrimiento del arte, en la chispa que inicia el incendio».
Una posición distinta revela el artista colombiano Humberto Junca, que también ha hecho curaduría:
«Le respondo de esta forma: cuando hago una obra de arte, poseo todo el control de lo que estoy haciendo, me lanzo de cabeza en ese proyecto siempre personal. Es una cosa mía, aun cuando parta de referentes externos o que esté influenciado por un director de cine, un músico u otro artista. La curaduría, en cambio, es para mí una cosa mucho más operativa, casi que “administrativa”. En algún taller de curaduría que dicté insistía a quienes lo tomaron, que la curaduría consistía en señalar las igualdades en un conjunto que parece totalmente disímil y heterogéneo… o lo opuesto: señalar las diferencias en un conjunto de cosas que parecen iguales. Ahora, es muy rico, muy chévere que a uno le den como un poder y uno pueda invitar a la gente que quiera y mostrar las cosas que uno quiera y señalar las relaciones o los contrapuntos que parezcan necesarios; pero me gusta más transformar objetos, ser el artista escogido por el curador».
Independientemente de la definición, lo que hace que el oficio del curador sea interesante es que está en constante cambio y redefinición, y que sobre este podamos tener pocos acuerdos. Habrá quienes asuman su oficio con un espíritu más operativo y otros que lo asumirán como se asume la práctica artística. Siempre está todo por ser reinventado, aun si las preguntas son las mismas.
Las maneras en que los curadores inventan narrativas y conexiones son múltiples. Por ejemplo, en la edición número 33 de la Bienal de San Pablo, en 2018, el curador Gabriel Pérez-Barreiro invitó a siete artistas a hacer curadurías a partir de «afinidades afectivas», como llamó a su proyecto. Así, cada artista puso en diálogo la obra propia con la de otros artistas, más proyectos incluidos por el curador. Otra forma de hacer conexiones la presentó Alejandro Martín, en Colombia. Desde 1940 se lleva a cabo un «salón» de artistas en Colombia, cuya forma ha cambiado en las varias décadas de subsistencia. Hoy en día tiene un modelo similar al que se asocia con una bienal, aunque no se realice cada dos años. El Ministerio de Cultura selecciona un director artístico o varios curadores a partir de propuestas o por invitación directa. Para la edición de 2019, Martín invitó bajo la sombrilla conceptual «el revés de la trama» a ocho curadores (que a la vez son artistas) y colectivos para desarrollar su propia interpretación y curaduría a partir de la temática común. El salón se configuró a partir de estas curadurías, incluyendo las de Martín, que incluyeron exposiciones, la página web del página web del evento y una nutrida programación (charlas, recorridos, talleres). Un componente central fue la Cátedra performática, que concentró tres días de conversatorios, performance, charlas y talleres.
La curaduría entonces se define a partir de la práctica misma. Por ello es fundamental saber, ver y visitar curadurías, exposiciones o museos y otros eventos en los cuales se le da vida a la labor curatorial. Así mismo, para saber de curaduría hay que hacer curaduría. Sostengo que es un oficio que se conoce en la práctica y para el cual no debe aplicar la división entre teoría y práctica, porque ambos se nutren. Es decir, un curador que no haya reflexionado sobre su práctica o que solo haya reflexionado sobre la práctica no es un curador.