«Escribir sobre cualquier aspecto del comisariado es pensar cómo la exposición de arte se ha convertido en un proceso de desarrollo, de conceptualización de formas a través de las cuales se entiende el arte y sus contextos.»
Todo análisis historiográfico sobre la evolución del comisariado realizado en los últimos treinta años se centra mayoritariamente en identificar las diversas formas de intervención sobre el formato expositivo como una manera de identificar aquellas tipologías comisariales que emergen de dicho contexto.
En este tema se propone un ejercicio historiográfico distinto, es decir, tomar como referencia una serie de intervenciones artísticas, exposiciones y propuestas comisariales que desde la década de los sesenta comenzaron a oponerse activamente al confinamiento del arte en el «cubo blanco» como una estrategia necesaria para trascender los propios límites del espacio expositivo y de la obra de arte y, en consecuencia, acabar revitalizándolos. Para ello, se puede rastrear en la historia de las exposiciones algunos gestos previos (no todos ellos provenientes del comisariado, ya que la práctica no comenzará a entenderse como tal hasta finales de la década de los sesenta) que pueden ayudar a trazar una trayectoria sobre la relación entre el comisariado y la noción de contexto.
En este tema proponemos abordar la noción de contexto desde el prisma del comisariado, y esto implica aproximarnos a dicha noción desde una perspectiva amplia que incluye todo aquello que permanece fuera del espacio expositivo o que cuestiona sus propios parámetros. Sin embargo, esta perspectiva también facilita el poder hablar de las problemáticas a las que el espacio expositivo siempre se ha enfrentado, es decir, a las formas artísticas, y más tarde comisariales, que han tratado de problematizar la relación entre su adentro y afuera.
En este sentido, en principio esta disposición se concibió en la década de los sesenta como un rechazo ante el cubo blanco sin retorno, es decir, como una determinación consciente por abrir nuevos espacios de intervención artística y abandonar así la reclusión de la obra de arte en el espacio expositivo. Más tarde, se percibió como una tendencia necesaria a la hora de ampliar y pensar el espacio del cubo blanco y, por consiguiente, la práctica comisarial.
Este tipo de razonamiento buscaba su correlación con una tendencia acontecida también a partir de la década de los sesenta, fruto de las dinámicas conceptuales de las prácticas artísticas mediante la desmitificación del espacio expositivo. La desmaterialización del objeto de arte y la irrupción de nuevas formas artísticas como el arte conceptual, la performance, el happening, etc., todas ellas derivaban de una crítica directa sobre la «autonomía del arte» como un constructo ideológico burgués y una oposición consciente ante la creciente mercantilización del arte.
Siguiendo dicha concepción crítica como un modo de dialogar con las tendencias colectivas de disconformidad artística propias de la década de los sesenta, la práctica comisarial comienza también a ahondar en la dimensión política y social del lugar donde se inserta y exhibe la producción artística. De esta forma, el contexto que rodea la obra de arte, el contexto del cual surge, empieza a concebirse tan relevante como lo había sido anteriormente la supuesta autonomía del arte y la neutralidad del cubo blanco. Este tipo de nuevas formas de activar e intervenir espacios, con el tiempo, han ayudado a reconsiderar el cubo blanco como un espacio cargado de ideología y de urgente repolitización.
El tema explora también las potencialidades inherentes a la práctica comisarial hoy en día mediante la evolución que esta ha experimentado en las últimas décadas. Para ello, propone una suerte de cartografía configurada a partir de diversos ejemplos o casos de estudio relevantes en la historia del comisariado con la intención de articular una historiografía sobre aquellos gestos comisariales que han tratado de subvertir la relación entre el afuera y el adentro del cubo blanco.