3.5. El artista como comisario
Como hemos visto a lo largo de las páginas anteriores, el interés en la disciplina del comisariado ha venido acompañado por una gran atención hacia la figura del comisario tanto a nivel histórico como conceptual. Frente a este protagonismo, la labor específica de los artistas como comisarios aún está poco estudiada, si bien varios monográficos recientes buscan recuperar y analizar esta otra cara de la historia de las exposiciones. Una historia en la que, como explica la comisaria e investigadora Elena Filipovic en relación con los salones alternativos organizados por Gustave Courbet o los impresionistas en la segunda mitad del siglo XIX, los artistas ya habían ejercido de comisarios antes de la invención del término:
«En una época muy anterior a la llegada de la especie totalmente profesionalizada conocida como “comisarios”, el artista ya se encargaba, él mismo, de elegir la localización, organizar la escenografía y hacer la selección de las piezas a incluir, e incluso de definir una estrategia financiera –todo para poder estipular mejor las condiciones de recepción de su obra».
Dentro de la actividad del artista como comisario podemos distinguir dos grandes tipos de proyectos en contextos y con objetivos bien diferenciados:
- Artistas que deciden autoorganizarse para exponer su propia obra o la de sus compañeros generacionales u otros creadores afines (el caso de Courbet y los impresionistas).
- Artistas que son invitados a organizar exposiciones dentro de instituciones principalmente museísticas y usando las colecciones como punto de partida.
Veamos ambos casos en más detalle. La necesidad de ejercer un cierto control sobre el aparato de presentación y una voluntad por oponerse o cuestionar el sistema del arte forman parte de las intenciones de los artistas comisarios que deciden autoorganizarse. Estos artistas suelen trabajar en comunidad con otros creadores y exponer en lugares específicos que pueden definirse como espacios independientes o artist-run spaces. Por lo general, los artistas que ejercen de comisarios de sus propias obras o de los trabajos de otros artistas cercanos lo hacen al margen del mercado, o incluso como demostración práctica de que la creación debe seguir criterios no comerciales. En otras ocasiones, sin embargo, puede tratarse de una estrategia para conseguir visibilidad y adentrarse en un mundo del arte que parece inaccesible.
Un ejemplo de esta segunda actitud que podríamos definir como emprendedora lo encontramos en las exposiciones que a finales de la década de los ochenta (Freeze, 1988) empezaron a organizar en Londres los artistas después conocidos como Young British Artists (Damien Hirst, Tracey Emin, Sarah Lucas) (fig. 1). Estos artistas estaban vinculados entre sí por edad y por haber estudiado en la misma universidad, Goldsmiths College. También compartían la necesidad de decidir cómo se presentaba su obra y cómo se comercializaba, lo que terminó reportándoles un gran éxito dentro del sistema del arte. Mientras, en el Madrid de la misma década, la escena artística estaba compuesta no solo por galerías y museos, sino también por un buen número de espacios independientes y colectivos de artistas que entendían su práctica creativa y curatorial desde la resistencia a los procesos de institucionalización de la cultura. Mediante iniciativas y espacios autogestionados, como Estrujenbank, Cruce, Garaje Pemasa o El Ojo Atómico, llevaron a cabo proyectos de todo tipo donde lo lúdico convivía con lo reivindicativo.
Como decíamos, el otro camino por el cual los artistas ejercen de comisarios es mediante las invitaciones institucionales. Por lo general, en estos casos se pretende que el artista proponga una intervención a partir de los fondos del propio museo; una exposición o reorganización de la colección que de otra manera no sería posible. Frente a los estrictos criterios históricos o disciplinarios de los departamentos museísticos, el artista se presenta como capaz de ofrecer lecturas originales o incluso transgresoras. Según Celina Jeffery, editora de otro monográfico reciente sobre los artistas comisarios, son varias las ideas o creencias que subyacen bajo estos encargos:
«Primero está la idea de que los artistas pueden adoptar la postura de “no-especialistas” con la habilidad de revisar y dar vida a la historia del arte de una manera única; segundo, que las decisiones subjetivas en la selección y presentación de las obras basadas en formas y procesos inherentes a la propia práctica del artista son válidas y resultan en formatos potencialmente subversivos de presentación; por último, que la recuperación y “excavación” de creadores olvidados del pasado (principalmente mujeres) de la colección puede afectar profundamente nuestra concepción de la historia del modernismo».
Jeffery se refería específicamente en este texto a uno de los ejemplos más tempranos de estas invitaciones: la serie Artist’s Choice, iniciada por el comisario Kirk Varnedoe en el MoMA de Nueva York a finales de la década de los ochenta y a la que han contribuido artistas como Chuck Close, Elizabeth Murray, Vik Muniz o Trisha Donnelly.
Otro caso paradigmático, pero en esta ocasión menos cómplice y más cercano a la crítica institucional, corrió a cargo del artista afroamericano Fred Wilson en una organización no solo dedicada al arte, como es la Maryland Historical Society de Baltimore. Mining the Museum (1992-93) supuso una recolocación muy amplia de los fondos de esta sociedad dedicada a la historia local de la ciudad (fig. 2). Con el objetivo de rehacer el relato oficial de la institución y cuestionar su supuesta neutralidad, Wilson utilizó la invitación para plantear el papel histórico de la esclavitud en Maryland. Para ello, trajo piezas nunca expuestas del almacén, dio protagonismo a las figuras negras que aparecían en esculturas o pinturas y utilizó estrategias propias del trabajo curatorial para destacar la ausencia de los cuerpos negros en el relato museístico.
Además de los artistas que autogestionan la presentación y hasta la comercialización de su obra y los que trabajan por encargo en las instituciones (ya sea aportando su especial sensibilidad artística como una revisión crítica), cabría mencionar para terminar un tercer grupo de artistas comisarios aún poco estudiado como tal. Se trataría de creadores para los cuales la exposición es en sí su medio artístico. Partiendo del referente de Marcel Broodthaers y su «Musée d’Art Moderne, Department des Aigles», podríamos hablar de artistas actuales como el francés Philippe Parreno, el tailandés Rikrit Tiravanija o el libanés Walid Raad, cuya obra artística no puede separarse del formato expositivo mediante el cual se presenta. En estos casos, la labor artística y la curatorial se vuelven prácticamente indistinguibles.
«Musee d’Art Moderne, Departement des Aigles»
El artista belga Marcel Broodthaers (1924-76) presentó por primera vez, en 1971, en la Düsseldorf Kunsthalle, una serie de objetos provenientes de museos de historia natural, tiendas de antigüedades y librerías de segunda mano en vitrinas, con etiquetas identificativas y bajo el título de «Museo de Arte Moderno. Departamento de las Águilas. Sección del Siglo XIX/Sección de Cine/Sección Financiera», etc. Broodthaers había utilizado una serie de estrategias curatoriales para construir un museo ficticio en el que nada era en sí una pieza artística, excepto el conjunto de la instalación. Otro artista que utiliza el formato de la exposición como parte intrínseca de su obra es Giuseppe Campuzano y su «Museo Travesti del Perú» (véase última sección del apartado 4).